jueves, 11 de septiembre de 2014

Educacion Colombiana

se conforma por los niveles de educación preescolar, educación básica, educación media y de nivel superior. La entidad encargada de la coordinación de la misma es el ministerio de educacion que delega en las 78 secretarías de educación la gestión y organización según las regiones. La educación estatal es generalmente más económica que la educación privada. La educación está reglamentada por la ley 115 de 1994 o ley general de educación. La política pública en educación se define a través del plan decenal de educación y los planes sectoriales de educación en los niveles nacional, departamental, distrital y municipal.

¿Por qué es tan mala la educación en Colombia?

Una indagación sobre la causa del problema que puso al país de 61 entre 65 en las pruebas Pisa.

Ustedes me perdonarán que lo plantee así, de una manera tan brusca, pero es que el problema no tolera pañitos de agua tibia ni permite que me ande por las ramas: ¿es que los colombianos somos muy brutos o es que la educación que aquí se imparte es muy mala?
A finales del año pasado el país recibió, con sorpresa y vergüenza, los resultados de una prueba internacional que se conoce como Pisa, la sigla en inglés del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, el examen más importante del mundo con alumnos de 15 años.
Cómo vamos a competir en el exterior, si de los 65 países que participaron en esos exámenes, Colombia quedó en el penoso puesto 61, superando apenas a Perú, Indonesia y el pequeñísimo emirato árabe de Catar, que tiene poco más de un millón de habitantes, pero con el ingreso por persona más alto del mundo.
El panorama es aterrador: en matemáticas, nuestros alumnos ni siquiera llegaron al nivel 2, que es la calificación mínima para pasar raspando el examen de Pisa. En ciencias se rajó el 60 por ciento. En lectura fue reprobada la mitad de los concursantes, en un país donde cualquiera se cree intelectual y se las da de poeta.
¿Fallan los estudiantes o falla la educación que les dan? Desde diciembre esa pregunta me está dando vueltas en la oreja, como una mosca.
Ni calidad, ni cobertura
Jorge Ramírez Vallejo es pereirano de nacimiento. Se graduó en el célebre Colegio Calasanz de su ciudad nativa. Desde hace seis años es miembro del cuerpo de profesores de la legendaria Universidad de Harvard, como investigador e instructor en la Escuela de Negocios, y ha sido consultor de diez países, empezando por Estados Unidos. Es, además, catedrático en la Universidad de los Andes.
El profesor Ramírez me dice que, “en cuanto hace a cobertura de educación preescolar, media y superior, y a su calidad, la situación de nuestro país es muy triste”. La cobertura consiste en ampliar las posibilidades para que se eduque la mayor cantidad posible de gente. El Gobierno se propuso aumentarla en un 50 por ciento, pero lo que hizo fue embutir más alumnos en las mismas aulas de antes, sin ampliar instalaciones ni contratar más profesores. Entonces fue el caos.
Aun así, 50 por ciento de crecimiento de cobertura en educación superior ni siquiera es considerable: está por debajo de países del vecindario, como Cuba, Venezuela, Argentina, Uruguay y Chile.
Y en calidad, da pena reconocer que solo el 10 por ciento de las instituciones superiores colombianas –universitarias o similares– cuenta con acreditación de alta calidad. Muy pocas de ellas aparecen en los escalafones mundiales, al contrario de lo que ocurre con Chile, Brasil, México o Argentina.
Primera falla: los profesores
Entonces, se pregunta uno, oyendo la letanía de los que saben, ¿a qué se debe que la educación colombiana sea mala?
–A varios factores –me contesta el profesor Ramírez Vallejo–. En primer lugar, la baja calidad de los profesores. Parte de ello obedece a que no se puede medir su desempeño porque pertenecen al antiguo estatuto de contratación de maestros estatales, que impide su evaluación.
Salí a averiguar qué diablos es eso. Resulta que en Colombia la carrera de docente oficial, para colegios y universidades, se rige por dos normas distintas: un decreto de 1979, que ya tiene 35 años de viejo, conocido como “el estatuto antiguo”, y la Ley 715 del 2001, “el nuevo estatuto”. Esa ley creó un sistema por el cual al maestro se le paga según su calidad y su desempeño en el trabajo, medidos por evaluaciones periódicas.
–Lo malo –añade Ramírez– es que la gran mayoría de profesores pertenece al estatuto antiguo, anterior al 2001, lo cual impide la evaluación y obliga a que el salario de un maestro no se determine por su capacidad sino por su antigüedad. Es que los viejos profesores no aceptaron que la reforma fuera retroactiva y, en consecuencia, a ellos no se los puede evaluar. Lo más grave es que, según el Consejo Privado de Competitividad, tendremos que esperar 25 años más para que se retire el último de los profesores del estatuto antiguo.
–También es cierto –añade el profesor Pedro Bossio de la Espriella– que las universidades privadas, por su parte, están contratando profesores externos, sin raíces en la institución ni vínculos con ella, para poder pagarles unos sueldos miserables.
A su turno, el presidente de la Federación Colombiana de Educadores, Luis Alberto Gruber, le echa a la politiquería el muerto de la mala calidad de la docencia. “Ser profesor es el escampadero de más de un desempleado”, dice el señor Gruber. Aquí nombran maestro a cualquiera que tenga un padrino político.
Qué dice el Gobierno. La pertinencia
–No hay nada más lejano de la realidad –replica Patricia Martínez Barrios, viceministra de Educación Superior–. Precisamente porque, desde hace trece años, la Ley 715 nos obliga a llenar las vacantes de profesores oficiales con concursos de méritos.
El viceministro de Educación Básica, Julio Alandete, me informa que de aquí al año 2018 tendrán que retirarse 32 mil maestros oficiales por llegar a los 65 años, edad de retiro forzoso. “Vamos a cubrir esos cargos con gente de altísima calidad y verdaderos profesionales”, dice Alandete.
Regreso con el profesor Ramírez Vallejo, quien prosigue diciendo que otro factor de mala calidad en la educación colombiana es la falta de pertinencia. Para decirlo en palabras cristianas, la pertinencia consiste en que te enseñen lo que necesitas saber para ganarte la vida. Que lo aprendido corresponda a los empleos que están ofreciendo. “Si estudias en la escuela de gastronomía”, dice Ramírez, a manera de ejemplo, “¿qué ganas con aprender a preparar la mejor arepa de huevo del mundo, si el restaurante de tu familia queda en Pasto?”.
Ya entendí. Que si piensas trabajar en Armenia, no te metas a estudiar biología marina. Pensando en la pertinencia, uno se pregunta si Colombia está produciendo los profesionales que necesita.
–Infortunadamente –me responde Ramírez– la respuesta es un sólido no. En los ejercicios que hemos hecho en Barranquilla, Bucaramanga, Bogotá, y en tantas otras regiones, es frecuente encontrar que no hay relación entre lo que necesitan las empresas y lo que ofrecen los profesionales. Esto genera sobrecostos y pérdida de competitividad empresarial, pues hay que reentrenar a los egresados.
Garajes y presupuestos
Sin embargo, en los últimos años se ha visto un incremento masivo de la oferta universitaria. Como dice la gente, el país se llenó de universidades de garaje. La viceministra Martínez Barrios revela que en Colombia hay 286 entidades de educación superior. De ellas, 80 son universidades y el resto son instituciones de diversa naturaleza.
Como si fuera poco, existen otros 3.000 organismos llamados con elegancia “centros de formación para el trabajo y desarrollo humano”, que incluyen diplomas de criminalística, belleza, peluquería, ciencias forenses o ambientales, contabilidad, sistemas. Aunque usted no lo crea, entre todos suman 13.000 programas educativos con más de un millón de alumnos. Reina el caos. Las secretarías regionales de Educación no vigilan ni controlan a nadie.
¿Esa abundancia es buena?
–En parte sí y en parte no –contesta la señora Martínez Barrios, viceministra de Educación–. No es malo que la educación superior llegue a todos los rincones del país. Nuestras universidades públicas lo han logrado con planes de regionalización, mediante alianzas con sectores sociales, empresariales y otras entidades académicas.
El problema, otra vez, es la deficiente calidad de los profesores, la falta de pertinencia de lo que se enseña y, además, los bajos presupuestos territoriales para la educación. Después hablamos de tecnologías.
–Las desigualdades presupuestales por región –anota el viceministro Alandete– son aterradoras. Basta con ver estas cifras: en el segundo trimestre del año pasado, Bogotá aportó el 57,5 por ciento de su dinero a la educación; Medellín, el 7,27 por ciento; y Antioquia, el 6,24, pero en el resto del país baja hasta el 1 por ciento.
Rajados en tecnología.
¿Y en inglés?
Otra pata que le nace al cojo: somos analfabetos digitales. En la prueba Pisa se confirmó el retraso de Colombia en esas materias. El 70 por ciento de los estudiantes que presentaron el examen están por debajo del nivel mínimo en tecnologías de la información.
El profesor Ramírez Vallejo añade que otra prueba similar, llamada “encuesta de alfabetización digital”, encontró que solo el 45 por ciento de los colombianos tiene una vaga noción de tecnología.
Un elemento adicional de la baja calidad educativa es que, para poder competir en este mundo de fieras internacionales en que vivimos, se necesita saber inglés, el idioma de los negocios, sobre todo en profesiones relacionadas con ingeniería, finanzas, mercadeo, ventas y tecnología. Ya hay países europeos donde se exige conocer un tercer idioma.
–En Colombia, en cambio, solo el 7 por ciento de los bachilleres que presentan anualmente las pruebas del Icfes alcanza un puntaje satisfactorio en inglés– concluye Ramírez, con desaliento.
Qué van a saber inglés los alumnos si ni los profesores de inglés saben inglés: un examen reciente demostró que únicamente el 12 por ciento de los maestros de inglés logró llegar al nivel mínimo de conocimiento de esa lengua. El triste 12 por ciento, imagínese usted.


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